Far From Home
Siendo honesto y con la mano en el corazón, hace probablemente un año no tenía idea de que estaría aquí, en un pequeño cafecito llamado Café Nocturne (19 Prince Arthur St.) en una de las áreas más interesantes – por lo menos para mí - de Montreal.
A través de la ventana, una escena veraniega digna de un Èdouard Manet se observa y es entonces el contexto perfecto para contarles de una experiencia que mucho he soñando.
En mi natal Panamá la vida me ha tratado bien. Crecí en una familia que siempre me impulsó a mantenerme aprendiendo, a apuntar hacia la cúspide – profesional y personal – y que me sigue apoyando contra vientos, truenos y relámpagos.
Siempre fui bueno para la comunicación, para conectar personas e historias, y a la vez muy creativo y recursivo, así que puedo decir que he gozado de una carrera provechosa: trabajé en medios impresos, estuve en televisión y radio, hasta llegué a tener mi propio podcast.
Pero siendo la comunicación una de las necesidades más primarias del ser humano, el tiempo no perdona y la evolución pasa a mil por hora. Hay que mantener el ojo abierto y el oído agudo, a tendencias, a canales, a retóricas y a sociologías, a los distintos desarrollos de pensamientos, estructuraciones y solidificaciones (publicaciones y/o transmisiones), pero sobre todo a la búsqueda eterna de una objetividad e integridad. Y como el periodista que sueño ser, salir de mi burbuja de comodidad y buscar la excelencia profesional fuera de la geografía maternal es un reto al que me estoy dispuesto entregar.
En mi búsqueda de programas en el exterior me encontré con la olla de oro al final del arco iris de la que hablan los/as irlandeses: un DEC en “Arts, Literature & Communication” en LaSalle College, sede Montreal.
Investigando sobre los procesos descubrí que había un LaSalle College en Panamá (LCI Panamá). Conecté con ellos, quienes me ayudaron inmensamente en todo lo que conllevaba la aplicación universitaria. Una vez aceptado en el programa era hora entonces de iniciar el proceso para la visa canadiense, que fue largo, pero por ahí dicen que “buenas cosas vienen a quien sabe esperar”.
Ya casi a la mitad de mi primer semestre, con los colores del otoño tomándose cada rincón de la ciudad, enfundado en una bufanda y en muchos papeles por terminar. La escuela demanda, tiempo y creatividad. Aguante para escribir todos los días y paciencia para no matar a los de la clase que se quieren hacer graciosos. La vida me trata bien, pero estoy lejos de estar cómodo. Tengo muy pocos amigos/as, casi cero – igual todo cuenta como cero teniendo en cuenta la cantidad de personas queridas que tenía en Panamá. Pero el asilo lo he encontrado en las palabras, en las páginas y en las horas en mi sofá dedicadas a devorarme libros.
¿Que si tuve miedo? ¿ansiedad? ¿pavor al invierno canadiense? ¿a estar lejos de mi familia, amigos y de mi perrita Venus? Absolutamente. Pero más miedo tengo de ponerle pausa injustificada e innecesaria a mi crecimiento. Eso si no me lo podría perdonar, y tampoco lo deberías hacer tú. Lejos de edad, raza, identidad de género, orientación sexual, religión y todas las demás categorías que la sociedad ha creado para segregarnos: la educación nunca es prescindible, y medrar hacia tu mayor potencial debe ser un reto al que siempre debes estar dispuesto/a a entregarte.
Ya sea a metros o kilómetros de casa, no temas a lo que se avecina, sino de donde te encuentras.